lunes, 19 de julio de 2010

Testigo

Cuando todo era nada, cuando a cada cosa le era asignada la identidad que llevaría a cuestas por el resto de los tiempos, fue ahí cuando empezó.
Nunca encontró la felicidad, aunque la reflejó miles de veces. Por segundos, era dueño de rostros ajenos, aunque después venía el vacío mismo, la ausencia de ser. Era viejo, muy viejo. Había sido creado más de cien años atrás, por encargo de uno de los señores más influyentes de esa época. Era valioso, pero a él eso no le importaba.
Fue consejero silencioso de uno de los más altos linajes del país y su compañía representaba mucho más que una simple herencia. Era el signo de un gran poder. Había mimetizado grandes hombres y mujeres, y siempre lo supo.
Nunca entendió bien a los hombres, hasta su partida. Su gran sabiduría para muchas cosas, se contrastaba con el peor de los pecados. Creerse más que los demás.
Aun así, él siempre los envidió. Ellos eran. Simplemente eso. Eran.
Ese acto tan simple lo trastornaba. Lo torturaba. El también quería ser.
Una noche de las tantas, monótona como todas, su existencia dio un vuelco excepcional. Estaba acostumbrándose a su nuevo hábitat en la sala de reuniones de la casona y lo vio. Él le iba a dar un nuevo significado, iba a revolucionar todo su diminuto mundo.
Comenzó primero sin darse cuenta. Ya no le prestaba atención a los diálogos apagados, porque eran siempre iguales. Con variaciones, pero iguales.
Pero él no. Él era diferente a todo lo que antes había visto. Casi sin querer, logró escucharlo hablar con el que parecía ser su padre. Lo vio secarse los ojos, seguramente mojados a causa de alguna congoja, de las que tanto había contemplado. Lo vio abrazarse, y lo escuchó prometiendo cosas. Cosas insignificantes, pero cosas al fin.
Cayó la tarde, pasaron horas de oscuridad vana. El brillo del candelabro por fin lo sacó del gran sopor en el cual se había visto envuelto. Otra vez él. Esta vez aconsejaba a una bella mujer, su madre. Fue en ese momento en que sucedió. Primero, resonaron palabras huecas, toscas. A medida que iba dándole significado a las frases que iba diciendo, comenzaba a sentir una sensación extraña. Estaba contento, casi feliz. Lo único que opacaba su alegría, era el hecho de volver a comprobar que los hombres nuevamente lo desilusionaban.
Pero eso era algo que sabía, que ya conocía. Lo que estaba transcurriendo en esa sala era lo que iba a cambiarlo para siempre.
Ese hombre le iba a enseñar sin saberlo, a redescubrirse. A poder descansar en paz.
Allí estaba, tomando la mano de la señora, enjuagando otra vez sus lágrimas, profiriendo palabras dotadas de una gran teatralidad, casi gimiendo. Era sorprendente, casi mágico. Su madre creía todo. ¡Cómo no iba a hacerlo!
Si hubiese podido, hubiese temblado. Casi de idéntica forma, las mismas frases que había escuchado antes, en horas de la siesta y siendo otro el destinatario, ahora daban forma a sus labios.
Al principio fue difícil. No lo comprendió. Tuvo que esforzarse, puesto que ese hombre era muy diferente a él y a todos los que había visto antes. “Tan diferente, pero tan igual”.
Pasaron semanas, meses, y fue espectador de tantas conversaciones, confesiones, llantos y abrazos, que amó a ese humano.
Era un hombre de poder. Así lo parecía. Y se había hecho poderoso con el correr de los años, en gran parte, gracias a palabras que habían cobrado protagonismo en ese lugar, con él como testigo silencioso.
Aprendió que había tardes que era necesario reír. Otras, que era necesario insultar. Otras más, en las que era mucho mejor callar, y dejar hablar. Otras, en donde las promesas o juramentos, eran la firma de pactos tácitos. Y todas, acompañadas de sus correspondientes expresiones. Por que también eso hacía ese hombre. Podía, si la situación lo requería, dotar de una gran dulzura a su voz. Y también de un gran odio. Sus gestos, eran el postre a semejante banquete. Muchas veces lo imitó, forzosamente, cuando los practicaba.
Esa tarde, cuando finalmente llegó su hora, se fue feliz. A las seis, después del té con un majestuoso caballero, futura víctima de sus dotes, escuchó las últimas palabras de los humanos.
Fue rápido, sin dolor. Repentino. Pero ya estaba preparado. Había visto mucho y había comprendido aún más.
Ese hombre, su maestro, fue también su verdugo. A las seis, después del té, lentamente caminó hacia él. Lo miró. Se miraron. Sus ojos tenían esa expresión de la batalla ganada. La había visto muchas veces ya.
Estaba tan cerca como nunca antes lo había estado. Y sucedió. Nunca supo si fue sin querer, o una parte más de su gran obra. Lo mismo daba. El tropiezo fue breve, corto. Aún así, terminó en el piso, aferrándose a sus bordes, a su silueta, en un intento por evitar la caída, o hacerla más aparatosa.
Sintió quebrarse. Vio las luces lentamente esfumarse, y supo que era el final.
Escuchó su llanto, fingido o no. Nunca lo sabría. Del otro lado llegó el consuelo. Lo último que oyó.
“No te preocupes, es sólo un espejo”


Ahora ya descansaba. Su tiempo había terminado. La misión había sido muy simple. Reflejar, imitar, copiar. La cumplió de la mejor manera. Era fácil para él. Había sido creado para eso.
Ahora sabía el gran poder de los hombres. Su gran arma no eran los rifles, los tanques, los aviones. Su gran arma eran las palabras, los gestos, el llanto, los gemidos.
Su gran arma era que podían imitarlo.

jueves, 13 de mayo de 2010

Yo te vi - Por Julián

Sin más que decir, agradezo las visitas, y les dejo este videito del verano 2010... asadín, truco, fernet, y pianito... tipico, pero no por eso, deja de ser excelente...


viernes, 23 de abril de 2010

Esencia

La vió alejarse a través de los herrumbrados barrotes que lo separaban del resto del mundo. Su figura marchaba lento, casi lastimosamente, mientras él la sentía desaparecer, con un nudo en el pecho y en el alma, porque sabía que nunca más la iba a poseer.
Hacía calor, mucho. El verano suele ser cruel con aquellos que no le son indiferentes, o que no pueden combatirlo. La siesta se difuminaba junto con el canto de las chicharras y algún vehículo furtivo, que rompía con la monotonía del silencio. A él nada de eso le importaba ya. Ella se había ido y no iba a volver, y en su mente sólo resonaban las últimas palabras que alcanzó a escuchar, antes de perderse en sus pensamientos. “Vos no podés seguir así José. Esto ya es demasiado, ya no te puedo seguir esperando más, ya no puedo aguantarme más estas cosas… por favor, olvidate de mí. No me busques más… si papá se entera de que me volvés a buscar, no sé que es lo que puede pasar… ¡Por favor! ¡No digas nada! ¡Olvidate de mí!”
Si fuera tan fácil. ¡Cómo deseaba poder volver atrás! Volver a esa tarde cuando la conoció, mientras bajaba del camión los materiales que habían comprado para el nuevo living. ¿Por qué tuvo que pedirle al jefe que lo deje trabajar un par de horas extras? Si no la hubiese visto nunca, ahora estaría con su mujer, y no en ese lugar. Y mientras más pensaba, más volvía a esas palabras, a esas lanzas que lo tenían clavado y casi no lo dejaban respirar.
Todavía sentía en el aire su perfume, aunque sabía que nunca se lo iba a olvidar. Lo llevaba siempre consigo, desde que ese día pudo acercarse lo suficiente como para saborearlo, antes de cruzar su mirada con ella.
La culpa lo carcomía. Pensaba en Karina, y en Lalo, que con sus siete años ya sabía lo que era salir a la calle y arreglárselas solo. Nunca le pidió nada, porque había aprendido que la poca plata que había en la casa, era para patear, para salir adelante jornada tras jornada. Y él, que nunca les dio nada, a ella le dio todo, incluso lo que jamás iba a conseguir como fletero. Es que ella se lo merecía. Ella le había enseñado lo que era perder la razón por una mujer. Lo que era perder incluso la dignidad. Pero todo lo valía. Era lo más cerca que había estado a un ángel, y todo valía por un segundo de su piel.
“Basta, no quiero que sigas más con esas cosas, vayámonos, estemos juntos” le había dicho tan solo dos días atrás. Ni siquiera lo pensó. Alguien le prestó un “fierro” y así como estaba salió a la calle. ¿Cómo iba a hacer para irse, sin un solo peso en el bolsillo? Debía conseguir lo suficiente para ella y para Lalo. La culpa lo carcomía. Karina sabía cuidarse sola, e incluso le daría la libertad que él sabía que anhelaba.
El camión se negaba a arrancar, como era costumbre, solo pocos sabían como mimarlo hasta que el motor cedía. Nunca llegó a la dirección a la que lo habían mandado. Ya conocía su destino, pero iba a pagar muy caro su improvisación.
Ahora ya era tarde para lamentos. El policía lo vio antes de lo debido y tuvo que jugarse. Era su vida o la de él. Y no dudó.
Hacía calor. En la celda no había ni siquiera ventanas. El no las necesitaba. La siesta se difuminaba junto con el canto de las chicharras, y un gemido sordo rompió la monotonía del silencio.
No hubo nada que hacer. El cuerpo yacía inerte, desangrado, al costado de la cama, y el filo del vidrio ejecutor narraba la escena a quien quiera escucharla. Ya no había vuelta atrás. Ya se había ido a perseguir su perfume, su esencia.

domingo, 10 de enero de 2010

Simplemente el mejor! ANDÁ A BUSCAR EL PAÑUELO!

Si sos como yo, que creciste viéndolo a él y a sus amigos, hacer y deshacer una y mil veces las mismas travesuras... entonces esto es para vos...
Yo lo encontré de casualidad, y me puse a mirar todos y cada uno de los videos de este homenaje, que gracias a Dios, se lo han hecho en vida, y no cuando ya no lo tenemos con nosotros...

Te dejo este pedacito... que es el que me emocionó hasta las lágrimas... porque... quien dice que "llorar no es de machos??"

Si tenés ganas de ver todo el homenaje completo, buscalo en youtube, que está dividido en 9 partes... realmente imperdible, y para guardar para siempre!

Esta es la última parte, cuando una cantante colombiana canta la canción de la vecindad, y lo hace cantar a él... se nota la emoción de la cantante...



Nos vemos!