El país de los Rulfos
Eran más o menos las cinco de la tarde en el país de los Rulfos. Bueno, cuando digo más o menos cinco de la tarde, es sólo para ubicarlos, ya que ellos no conocen el tiempo tal como nosotros lo hacemos... mejor dicho, ellos viven en nuestro sistema horario, pero sus horas, minutos y segundos, se basan en otra escala; algo inentendible quizás los hombres, pero el eje de su vida.
Los Rulfos eran los encargados de repartir los sentimientos entre los humanos. Ellos habitaron la tierra mucho antes que nosotros, pero su misión comenzó a tener un verdadero sentido cuando el primer hombre surgió de entre las especies. Han estado ahí desde siempre... llevando felicidad a aquél que encendió por primera vez el fuego, llevando tristeza a los que perdían a su familia, llevando dicha a los que recibían a un nuevo integrante al mundo.
Pero había algo más, algo muy importante, para que este sistema no se derrumbara o corrompiera. Los Rulfos no eran capaces de sentir. Carecían de todo tipo de afecto, lo que era imprescindible a la hora de repartir los mismos. De esa manera, Dios se había asegurado la transparencia y el éxito de la misión de los Rulfos. Y el sistema nunca había fallado. Se organizaban en colonias, las cuales entrenaban a los nuevos repartidores según el rango de entregas a realizar. Estaban las escuelas de la felicidad, donde egresaban aquellos Rulfos que entregarían sonrisas, carcajadas, amor, alegría, dicha y toda una gran gama de sentimientos, y por supuesto, la escuela de la congoja, de donde salían aquellos que repartían llantos, amargura, tristeza y dolor.
Pero había una escuela, a la que Dios había creado especialmente, y a la que solamente podían entrar aquellos Rulfos que ya estaban a punto de retirarse, los que ya habían trabajado y contaban con la experiencia suficiente en el mundo de los humanos, aquellos que ya iban a dejar nuestro mundo. Era la escuela del rencor, donde se repartía la envidia, la bronca y el odio. Estos sentimientos no debían ser entregados como cualquier otro, sino cuando los demás, los de las primeras escuelas, fallaban. Los Rulfos de la escuela del rencor, además de ser los más sabios, recibían otro regalo; que consistía en poder sentir, por primera vez en su existencia, lo que toda su vida habían entregado. Era el mejor premio de Dios, antes de llevárselos con él.
Eran las cinco, como habíamos dicho, en nuestro sistema horario, cuando Siux, uno de los Rulfos más respetados por toda la comunidad, dejó su pesada bolsa en el frío piso, y se sentó a descansar. Por su mente comenzaron a desfilar mil imágenes, de sus comienzos, de su primera entrega, cuando la cara de esa hermosa adolescente suavemente comenzó a dibujar una sonrisa, y no pudo dejar de mirar más al que luego sería su gran amor. Recordaba lo difícil que le había resultado entender esa expresión. Sabía que era amor, pero no podía entenderlo. Y ahora, cuando su alma estaba totalmente abierta, todas esas imágenes eran el alimento diario. Vivía de ellas, recordando cada uno de los efectos que había ocasionado y tratando de sentir lo mismo que los hombres habían sentido.
Pero lo que Siux no podía, era sentir lo que en esta, la última etapa de su vida, estaba encomendado a repartir, porque los Rulfos eran puros de espíritu. En ellos no había maldad. No entendía el significado de la palabra envidia. Mucho menos el de la palabra odio. Cada vez que hacía una entrega de ese último sentimiento, su interior temblaba. Sentía como si su pecho estuviera siendo oprimido, golpeado. "Esos hombres no deberían sentir esto", pensaba, porque cada vez que cumplía con su trabajo, algo feo sucedía. Golpes, heridas, maltratos, lágrimas, sufrimiento, era la consecuencia directa de cumplir con lo que su gran Jefe le exigía.
Recordó también esa mañana de primavera, cuando pidió para hablar con Dios, y exigirle que las reglas se cambiaran. Que ellos deberían ser los que decidan a quien darle los sentimientos provenientes de la escuela del rencor, y no los hombres a demanda, como siempre había sido, porque consideraba que no eran lo suficientemente maduros como para poder manejarlos. Recordó también las palabras de Dios, que suavemente le dijo que los hombres tienen la libertad de exigir los sentimientos que ellos quieran o necesiten sentir, y que para alcanzar la madurez necesaria para controlar los sentimientos de la escuela del rencor, se necesitaba tiempo, así como para los Rulfos se necesitaba tiempo para poder entregarlos.
Entonces nuevamente Siux volvió a la realidad. Estaba en el muro, recostado tal y como se había quedado casi dos horas antes. Miró la gran puerta y se decidió. Entró y comenzó a recorrer el camino que muchas otras veces había andado cuando era novato. Sabía bien donde tenía que llegar y por eso no dudó. "Dios seguro me va a perdonar", pensaba, a la vez que dudaba.
Por fin, llegó a su destino. No había sido tan difícil. Parecía que nadie lo había visto y estaba orgulloso de si mismo.
Recorrió casi en puntas de pie el pasillo, aún sabiendo que era invisible para la humanidad, y dejó su bolsa a un lado, pensando sólo en observar, en llenar de imágenes su vista, tan cansada ya por la edad.
Allí estaba la eterna pregunta. Lo que él nunca había entendido. “Si los humanos para manejar sentimientos feos, necesitan tiempo, necesitan madurez, cómo es que estos niños, los padecen... cómo es que tuve que venir un millón de veces a traer dolor, angustia, culpa, rabia y a veces he tenido que traer incluso odio, el odio a la vida, el odio a Dios, a estos chiquitos, que recién comienzan a caminar, a transitar por la vida...” Siux no lo entendía, y Dios no se lo había explicado ninguna de las tantas veces que el le preguntó. "Yo tengo mis razones" decía... y callaba.
Dudó una vez más. Solo un segundo antes de darse cuenta de que todo iba a valer la pena. Si lo condenaban al exilio eterno, no le importaba.
Sacó la bolsa, la abrió y comenzó a desparramar los sentimientos que cuidadosamente había fabricado, con los años que llevaba de experiencia, ya sabía hacerlos a todos.
A muchos les dio alegría, a otros, les dio paz, y no se cansó de repartir sonrisas... Y cada vez que lo hacía, sentía que su pecho se hinchaba más y más... y su bolsa no se vaciaba, y él seguía, sin saber que la tarde iba cayendo, y que sus sentimientos, no sólo iban a parar a los niños, sino a todos los que estaban alrededor...
Para cuando terminó, estaba muy agotado. Salió, nuevamente en puntas de pié, pero como nunca antes se había sentido, y se sentó en el mismo muro a descansar. Había faltado a su trabajo, y lo sabía. Pero no le importaba. Poco a poco sus ojos se fueron cerrando y cayó en un profundo sopor.
Cuando despertó, Dios estaba junto a él, y el mundo ya no existía. Todo era tan blanco. Dios suavemente lo tomó entre sus brazos y dulcemente lo besó.
"Hijo mío, has cumplido con la tarea que te encomendado de la manera más fiel. Ya puedes dejar de trabajar, ya puedes venir aquí conmigo, has terminado tu misión".
Siux estaba extasiado. No necesitaba hablar; todas sus preguntas iban siendo respondidas a medida que las formulaba. Así fue encontrándose con otros Rulfos y supo que todos habían tenido como último trabajo el que Siux recién había llevado a cabo.
"Pero... es que aún siento algo dentro de mí... hay algo que aún me falta, no me siento pleno... no lo puedo explicar"
Dios lo miró con dulzura y se marchó. Lentamente, Siux comenzó a ver su silueta difuminarse, perdiéndose en el horizonte, y junto a él, una infinidad de ángeles lo comenzó a seguir, aumentando la pureza del paisaje.
Siux sonrió... ya había entendido todo, ya podía descansar en paz...
(A todos los Soles, que día a día se rompen el alma en el Hospi, siendo esos Rulfos que tratan de llevar risas y alegría a esos angelitos... Los quiero mucho)
Pd: No quise hacer de este, un cuentito religioso. Simplemente reflejar lo que muchas veces siento al preguntarme porqué pasan algunas cosas que pasan, que son inexplicables... muchos llantos, mucho dolor, y sobretodo, la muerte...
Nicolai como te dije en otras oportunidades, de tus cuentos este es mi preferido!. Lo leí una vez más para corroborarlo y nuevamente me emocioné, es realmente hermoso!!! te quiero mucho amigo, espero seguir leyendote mucho tiempo más.
ResponderEliminarMeli
Hola Nico...me sorprendes una vez mas...Te felicito!! me encanta lo que has hecho. Espero que eto te ayude mucho.. Me emocione mucho al leer... No cambies nunca!! Te quiero mucho!!
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